jueves, 10 de septiembre de 2015



  
 YO SOY AQUEL  
  (fragmento)



 Llueve.
Otro día que faltamos a la escuela; los tres en la cama y la tele encendida. Mamá, apoyada contra la ventana de la cocina, mira la lluvia. Sobre sus ojos, cada tanto, relampaguea el cielo y se le ilumina la cara; después, se oscurece.
En eso, entra mi tía Magdalena con un paraguas y una botella de aceite y un paquete de harina. Mamá deja de mirar la lluvia, la mira a mi tía y se sonríe. Agarra la mercadería y la coloca sobre la mesa.
            —Hacele algo a los chicos, que les llene la panza —dice mi tía Magdalena, con esa voz gorda y bondadosa que tiene.
            Mamá le da las gracias y le alcanza un mate. Tía Magda, con el mate en la mano, se asoma a la pieza y nos dice con cara seria qué haraganes, y enseguida viene hasta la cama y nos da un beso a cada uno en la mejilla. Mamá le dice que mañana, llueva o truene, no faltamos a la escuela, y tía Magda dice que le parece bien.
            Cuando se va, mamá se pone manos a la obra. Hace una rosca de harina sobre la mesa de la cocina. Pone un pedacito de grasa a derretir sobre la sartén y una pava de agua sobre el calentador. Echa un puñado de sal en el centro, la grasa derretida, el agua tibia, y comienza amasar mientras mira la lluvia.
            En la tele, están dando el Oso Yogi y ahora, el León Melquíades. Estalla un trueno. Mi hermana esconde la cabeza bajo las frazadas. Yo pienso: El Oso Yogi es la persona más buena del mundo, como tía Magda, y como mi amigo San. Y como me gustaría ser a mí, si no fuera porque mi papá se enoja tanto con estas cosas.
            Mamá se asoma a la puerta de la pieza y nos mira. A veces nos dice algo y a veces no dice nada. Ahora entra con un plato de tortafritas. Grandes, redondas, espolvoreadas con azúcar. Nosotros saltamos en la cama, para alcanzarlas, como monitos.
            Mi mamá levanta el plato. Esperen un poco, dice, que están calientes.
            Afuera llueve y llueve, sin cesar. El león Melquíades le explica algo a Bubú. Algo muy rebuscado, como siempre, con sus buenos modales, y su corbatín, y su graciosa voz de poeta. 
            Mi hermano se adelanta y le roba una tortafrita a mi mamá. Mi mamá quiere impedirlo, pero se descuida, y mi hermana y yo aprovechamos el revuelo para quedarnos con una tortafrita, también.
            Muerdo la masa suave, caliente, y se me queda pegado el azúcar en los labios. Otro mordisco, y más calor, más azúcar. Mamá se ríe. Dice: Estos chicos. Y después: Ahora vengo. Y agarra el paraguas que está detrás de la puerta y sale como una loca bajo la lluvia, con una fuente de tortafritas cubierta por un repasador.
            Delante de cada casilla golpea la puerta, y al verla, se arma un alboroto. Mis primos y mis primas saltan a su alrededor. Mi tía Pirucha dice: No sean muertos de hambre. Mi tía Rosa agarra el plato y le dice a mi mamá: No te hubieras molestado. Mi mamá dice: Ninguna molestia, y se sonríe, pero no se queda a charlar.
            Va y viene con el paraguas bajo la lluvia. Cuando la veo por la ventana, me doy cuenta que mi mamá no es mi mamá. O es mi mamá, pero además es otra persona. Como una princesa o una reina. La mismísima “Reina de las tortafritas” entrando y saliendo de las casillas. Contenta, con un paraguas de colores, medio rotoso, bajo la lluvia…

Osvaldo Bossi